Educar adolescentes sin perder la calma

Educar a adolescentes sin perder la calma es una tarea complicada. En este artículo queremos dar algunas claves sencillas para lograrlo.

Hacia los 10 años de edad, las niñas entran en la fase de la pre-pubertad, y se inician una serie de cambios físicos y psicológicos que conducen a la etapa adolescente. Los niños llegarán al mismo punto, pero el camino comienza algo más tarde, entre los 12 y 13 años. Por mucho que nos preparemos mentalmente para esa etapa (lo que tampoco está mal) ciertas acciones puntuales de nuestros hijos nos van a resultar, cuanto menos, incómodas.

Los que tenemos ya hijos adolescentes sabemos lo ardua que es nuestra labor cuando nos enfrentamos, día tras día, con muros de cerrazón ante el diálogo. Educar a adolescentes sin perder la calma nos resulta, a veces, una tarea ímproba. Sentimos impotencia ante algunas actitudes de aquellos que, en su día, no podían vivir sin nuestro cariño. Eso nos desubica, nos agrede y nos hace replantearnos nuestros propios principios.

En ocasiones, ante los desafíos, las conductas fuera de lugar y la agresividad pasiva de nuestros hijos, llegamos a dudar sobre nuestros métodos y sobre nuestra respuesta a sus comportamientos. Pero es entonces cuando más hay que mantener la calma y usar estrategias no violentas para reconducir al adolescente. Porque perder los nervios solo les da un motivo real por el que rebelarse.

Para educar adolescentes sin perder la calma hay que saber esperar

La calma es algo que solo puede sentirse cuando tenemos tiempo. Porque, entre otras cosas, implica permitir que las cosas sucedan lentamente. Como vivimos en un entorno que nos exige resultados inmediatos, a veces las circunstancias nos hacen percibir falsamente que no hay salidas, que las consecuencias de una acción van a suceder al instante. Eso nos lleva a reaccionar con desesperación ante cualquier cosa reprobable que nuestros hijos hacen.

Analizar con frialdad la situación, suele proporcionar sorpresas positivas y nos ayuda a encontrarnos con esa calma. Lo primero es evaluar la gravedad de lo que hacen nuestros adolescentes, no como un todo, sino por partes. Si escribimos en un papel una simple escala del 1 al 10 y vamos colocando en su correspondiente nivel aquellas cosas que nos sacan de nosotros mismos, podremos ver más claramente el grado de gravedad y reaccionar adecuadamente. Porque, además de rebeldía, los adolescentes tienen un inflexible sentido de la justicia.

Educar con calma es tener para cada norma una consecuencia

Como siempre, hay acciones preventivas que son aconsejables. En cualquier edad, crear un contrato pactado entre padres e hijos ayuda a la hora de tomar acciones o negociar acuerdos.

Si tenemos una lista de normas concretas, asociadas a las consecuencias de su incumplimiento, significará que “en frío” hemos dado ya un valor de gravedad a la acción que no aprobamos. Y también “en frío” podremos comunicárselo a nuestros hijos. Al estar previamente graduada la importancia de lo que han hecho, nuestras emociones no nos llevarán a ser ni injustos ni agresivos.

Educar con calma es darle tiempo al cambio

Otra herramienta útil para poder manejar las situaciones complicadas es tener un plan educativo. Si cuando establecemos las normas las vinculamos con objetivos a corto, medio y largo plazo, esta organización será de gran ayuda a la hora exigir cambios.

Por ejemplo, si la norma es estudiar a diario, y está basado en el objetivo de que recupere un hábito de estudio perdido, la consecuencia no puede ser la misma si falla una vez que si continúa siendo un mal hábito.

El cambio de actitud no ocurre de un día para otro, y tener en mente (o por escrito, que eso ayuda) los objetivos nos va a permitir no desesperarnos y, una vez más, graduar nuestro enfado.

Actuar con firmeza y serenidad es la clave

En definitiva, la planificación, junto a la constancia y la asertividad ejercidas con tranquilidad son más lentas pero, también, mucho más efectivas. Porque producen un aprendizaje profundo, un cambio real y no solo una rectificación momentánea.